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martes, 10 de diciembre de 2013

EDICION No. 71, martes 10 de diciembre del 2013

                             MATONEO

    Se habla mucho de la paz, de la expectativa que nos ofrece un convenio con la guerrilla, de lo que podemos lograr si el país alcanza un nivel de vida y de desarrollo tranquilo y prometedor.
    Hay que entender que somos los primeros responsables, no sólo en alcanzar la paz, sino de mantenerla viva.
    Hay un factor que está creciendo con mucha fuerza. "EL MATONEO" que se está desarrollando en una capa de la población que debiéramos cultivar  con esmero: "La población infantil".
    Esa es la capa mas vulnerable de nuestra sociedad, y no podemos escapar al hecho de ser los adultos el espejo donde los niños se miran y de donde asimilan todos los reflejos de una formación social en declive.
    No es normal que una franja de la población estudiantel que oscila entre los ocho y los quince años, sean los protagonistas de situaciones que limitan con el delito. Eso es anormal y preocupante.
    Los niños roban porque oyen y ven que los adultos lo hacen.
    Los niños se aficionan al consumo de drogas, no sólo porque ven a los mayores hacerlo, sino porque son esos mismos mayores quienes los inducen.
    Los niños y las niñas se prostituyen, porque ellos ven a su alrededor, porque los hombres y mujeres mayores dan el ejemplo.
    Es necesario reflexionar, asumir actitudes, ayudar a crear espacios y lo principal. Predicar con el ejemplo.
    Mirar y hablar de este tema exige mas profundidad, pero el propósito de estas lineas es crear el efecto disolvente y remover conciencias.

                                 UNA CONSIGNA

     Más inspiración  en el poema de John Milton.

    Hasta cuando el pueblo continuaría encerrado en su absurda sujeción al ego de un sólo hombre ¿Hasta cuándo?.
     Al hombre poderoso nada ni nadie le arrancará la gloria. Esta es la consigna.
  Con las armas letales: el odio, la venganza cuidadosamente y planeada, la mentira consciente y el descrédito descarado; prosigamos por la fuerza o por la astucia la guerra irreconciliable con los contradictores.
    Así habla el dios efímero y poderoso, con arrogancia y jactancia.

                              HISTORIA DE CALI

     Tercera parte de la crónica escrita por Raúl Silva Holquin, donde habla de la navidad en el Cali-Viejo.

    Las campanas de San Pedro, San Nicolás, La merced, Santa Rosa y San Antonio, tocaro a fiesta. Las campanas de San Pedro reían, cantaban, retozaban jocundas como niños traviesos. La campana grande parecía querer adelgazar su tañido, en tanto que las otras repicaban sus notas cristalinas con tono sandunguero y jocoso. La música de "Paloalto o la Pelleja" no cesaba con sus originales bambucos en el atrio de la iglesia. En el cielo florecian los cohetes, brillaban las luces de bengala y corrían cómo luciérnagas los "buscaniguas" y las "rodachinas". Cuando aparecía la Estrella de Oriente, las voces del coro entonaron estos villancicos:
               " Vamos pastorcillos
                  vamos a Belén
                  que un niño ha nacido
                   para nuestro bien"
    Y miles de tronantes traqueaban a un tiempo. La bomba grande del castillo de pólvora que había elaborado Lucas Figueroa(Luquitas) sonó en el barrio como un cañonazo, y el cielo apareció iluminado de miles de luces, de diferentes colores; las campanas repicaron más de prisa, y el niño apareció en el portal del pesebre; era la imagen de Jesús Redentor.
    Como tradición inmemorable, en la sala de todos los hogares caleños se veía el pesebre (nada de árbol de navidad ni de viejo Noel). Era incomparable el entusasmo reinante entre las familias. Sonaban pífanos, guitarras y bandolas, se encendían fósforos de luces, velas romanas, bengalas y triquitraques; se brindaban las pascuas, y se despertaba a los niños para que encontraran sobre la cabecera de la cuna, el regalo que el niño Dios les había traído como presente de navidad.
    En la casa de mis abuelos, Pedro y Chepita, el niño de porcelana estaba oculto en el establo por una cortina de algodón que mi madre había escarmenado imitando nube. Se veían el buey y la mula, la estrella de papel dorado, angelitos, estrellas y pastores, corderitos y vacadas de cartón; caminitos de serrin, arroyos y quebraditas de papel plateado; castillos feudales y humildes casitas pintadas con lápices de colores. Adornaban la sencillez del pesebre, dándole su perfume y su graciosa originalidad, las macetas rojas de las 
veraneras y las gráciles copas de las  bellísimas que se habían arrancado del patio interior de la casa de la tía Tomasita Vergara de Obyrne suegra de don Ignacio A. Guerrero. Mi madre, y la tía Isabel Velasco, había recortado de las matas del jardín las flores nuevas que, colocadas en floreros, adornaban todos los sitios de la casa. Había rosas y azucenas blancas, claveles sangrientos y violetas lilas.

                     FLORAMARILLO     Segunda parte.
                                    Carlos Renteria.

   ...en busca del alimento que diligentemente transportaba entre sus manitas y dientes. En este apacible ambiente, transcurrían en fila los días, sin más sobresaltos que la persecución de aquella perra gorda de pintas blancas y negras, con un parche en el ojo que parecía una vaca, la cual constantemente le ladraba de árbol en árbol, obligándola a saltar por entre las copas, alejándose lo más posible de sus dientes. Aquella tarde, llegó más temprano que de costumbre, repartió lo recolectado y pronto las sombras de la noche, cubrieron la bóveda celeste y todo el bosque se empezó a estremecer, por la fuerza de los vientos que anunciaban una tormenta.
    El floramarillo vecino, se elevaba imponente hacia el cielo y su gran tamaño abarcaba y daba calor a todo cuanto se encontraba a su alrededor. Se sostenía sobre el corpulento tronco, que se ramificaba en dos guardando un perfecto equilibrio que ahora se balanceaba amenazante, justo sobre el  refugio de la ardilla. Los vientos se intensificaron y con un gran estruendo se desató una tempestad, elevando rápidamente el caudal de las innumerables cañadas, que vertían rápidas sus aguas en el río, que pronto empezó a anegar todo cuanto se encontraba en su curso. Fue así, como de un momento a otro, un rugido atronador se escuchó y el floramarillo, se descuajo pesadamente, arrastrando con su descomunal fuerza, cuanto se encontró a su paso. Cayo justo ahí, precisamente ahí, sobre el viejo mango.
    A la siguiente mañana, los vivaces ojos de un niño observaron la tragedia ocasionada por la borrasca de la noche anterior. Un majestuoso floramarillo se había derrumbado y una familia de ardillas salía en busca de un nuevo árbol que les brindara abrigo.